viernes, 10 de octubre de 2008

Lentitud Pfeiffer

CAPITULO 14
Francisco Silvela, 28”, leyó otra vez en el papel amarillo.
Zapata tenía fijación por los anotadores de papel amarillo desde que vio “Mannix” en la televisión. Eran sus muy cándidos años 70, cuando la única misión en la vida del pequeño consistía en cumplir con notas decentes en la escuela, comer las verduras verdes que la madre le ponía en el plato y visitar a la abuela sin quejarse por su olor a humedad y pis de gato. A cambio, Zapata tenía derecho a jugar todas las tardes en la calle —a la pelota, a las bolitas, a los barriletes— hasta que entraba la noche. La vida en Campana era cómoda.
Entre los derechos, claro, también estaba “Mannix”. Y allí Zapata vio los anotadores que aun usa hoy.
***
Ladrillo visto, ventanal haciendo esquina y una calle limpia recorrida por autos en perfecta formación. El departamento rentado por Orso y Portigliatti era más de lo que necesitaba. Minimalista, decorado con gusto demasiado pacato para el fiscal. La mesa de centro de la sala, una Noguchi de arce y vidrio grueso, era el mejor ejemplo. En esa casa se habían gastado un vagón de plata, pensó. No menos de veinte mil dólares para decorarla.
Yo haría maravillas con esa plata.
Echó sus cosas sobre la cama —baja, dos plazas, con cabecera de cuero y cubrecamas blanco de seda— y se dio una ducha. Le vino bien. No había descansado en todo el viaje, reordenando las ideas. De qué modo llevar la investigación hasta cercarlo. Cómo abordar a El Fantasma. Cómo dominar la situación. Hasta dónde empujar. Y vuelta a empezar, una y otra vez.
***
El departamento tenía internet güifi y por primera vez no pensó en los costos sino en el beneficio de haberlo pagado. Dejó que la notebook acabe de instalar el sistema operativo y fue a la cocina en plan explorador. El refri estaba repleto de productos envasados. Jamón y queso; latas de Coca-Cola y cerveza Damm; verduras empacadas para microondas. Fue su segunda comprobación de que el dinero estaba valiendo.
Volvió con una Damm al cuarto y ya tenía una ventanita del MSG abierta.
Orso: ¿Estás, Zapata?
Cada vez que veía esas ventanitas anaranjadas parpadeando lo asaltaba la urgencia. Creía que era algo inmediato y no podía dejar de responder.
Zapa: Sí, gordo, qué pasó??
En el apuro, apoyó mal la lata y parte de la la cerveza se regó en la cama. Reaccionó a tiempo y evitó que fuera más.
Orso: Nada, boludo, quería saber si llegastes bien.
El gordo Orso tenía esa manía de poner eses innecesarias a los verbos. Llegastes, estuvistes, hicistes, vistes. Para Zapata era como un hermano mayor. Siempre encima, siempre preocupado. Todo perdonable. Buen tipo.
Zapa: Todo bien. Che, el depto está de puta madre. Nos gastamos demasiada guita en esto pero parece que al inal vale la pena, je je
Orso: Disfrutalo, man. Con el sueldo de fiscal no vas a ninguna parte. Aprovechá Madrid que dicen que esta bueno. Mi hermana fue hace dos años. Ella y el marido, el Chuzo Guzmán, te acordás? Andá a Chueca.
Zapata se acordaba. Cómo no se iba a acordar del Chuzo: el peor estudiante de abogacía que había visto ahora era la estrella del derecho corporativo argentino. Y estaba casado con la hermana del gordo Orso, la infartante, que todavía le movía el piso.
Zapa: Voy a ir. Me acuerdo del Cuzho. Pero decime un poco, todo bien acá, pero me preocupa que tenga que ajustarme antes de poder arrehglar todo.
El gordo Orso tardó en responder y Zapata se quedó esperando un buen rato por él hasta que decidió encender a la tele: la ventanita naranja se encargaría de reclamarle atención en su momento. Pasó los canales rápido, hasta que dio con una imagen conocida: Batman. En el texto del pie de pantalla leyó: “Batman vuelve”. El Batman con El Pingüino de Danny de Vito, ese pajarraco retorcido y oscuro llamado Oswald Chesterfield Cobblepot. Genial: siempre quiso verla y nunca se había hecho tiempo para ir al cine. Dejó el botón allí, con el sonido en mute. Ya lo reclamaban otra vez.
Orso: Perdoná, estaba charlando con Portigliatti. Dice que no te calentés, que por la guita no hay rollo, que ya habrá. Diisfrutá, pelotudo, que es tu priemra vez afuera!!
Quizá fuera la cerveza o el cansancio que le embotaba los sentidos o la ducha caliente o todo a la vez, pero a Zapata le gustó el mandato. En verdad, estaba relajado, lejos del trabajo diario y esa distancia parecía potenciar la calma. O el goce. Claro que iría a Chueca, claro que se vería la peli, claro que se tomaría un par de cervezas más. Pero no dio el brazo a torcer tan fácil: tenía una imagen, especialmente con los dos fiscales ayudantes.
Zapa: Capaz que les hago caso. ¿Tienen algo ya?
Le respondieron de inmediato.
Orso: Portigliatti dice que parés un cachito, boludo. Pero sí tenemos alhgo. Te mando un doc.
El vínculo apareció en el chat y Zapata dio clic. Bajó en un abrir y cerrar de ojos. Ojalá tuviera esa banda ancha en la oficina, donde internet viajaba en carreta. Pero, claro, para tenerla la fiscalía debiera manejar un presupuesto como el de esa casa, mensual y sólo para gastos en él.
Abrió el documento y lo repasó rápido. Orso se lo relataba a la par en la notebbok.
Orso: el tipo dirige el hospital, ahi tenes la direccion. Tiene un segundo, un chico joven, un tal fernandez. Español. Parace q es su protegido, me entendés. Lleva varios años como director
Orso: el hospital es de referencia. Tiene varios estudios hechos ahi y publicado en...
La pantallita hizo una pausa.
Orso: Journals?? es en ingles y no se bien. No pudimos dar con su domicilio pero calculo que te será mas facil a vos alla. Es respetado y creemos q no se sabe mucho de su pasado, o nada. Se separo de la argentina hace tiempo
Orso: pero se siguieron viendo. Tiene o tuvo varias “novias”. Bah, minitas que se curte. A lo mejor podes averiguar mas de la tal Rosario ésta pq acá ella es medio fantasmal. No hay mucho mas que lo que te enviamos, que son los datos de Registro Civil.
Orso: Ah, Portigliatti dice que cuando termines todo le traigas un perfume del free shop para la mujer, que son mas baratos alla. Burberry Touche o Touch, dice que se llama. Que despues te da la guita.
Orso: Seguis ahi o estoy hablando solo, Zapa?
Zapata regresó a la pantalla cuando acabó de ojear las cinco páginas de información. Respondió en profundidad.
Zapa: Acá estoy. Perfecto, buena información. Me pongo en el tema. Mañana empiezo a buscar datos de ella y trato de llegarme por el neuro. Sabés algo más del tal Fernández? Veo una dirección acá. Es su casa o qué? Ojo, la argentina no sé si es tan importante si dimos con el “protegido” éste, pero sigo el rastro.
Zapa: Si podés averiguar más de las “novias”, avisá urgente. Ah, y buena idea de hablar del “tipo”, sin mencionarlo. Con internet nunca se sabe esto de la seguridad, viste que siempre hay problermas de virus. Decile a Portigliatti que se deje de joder, que si le llevo es regalo. Vos querés algo?
El gordo le escribió telegráficamente: “La argentina: ok. Fernan: es la casa. Novias ok averiguo. Bien con no usar nombre. Portigliatti dice que te vayas a la concha de tu hermana y a mí traeme una camiseta del Real Madrid para Pablito. Talle M. Creció mucho el pendejo”
Se despidieron rápido y Zapata cerró la notebook para leer el documento en profundidad. Se echó en la cama y entonces lo vio: un espejo cubría todo el techo. La primera reacción que disparó su cerebro fue cubrirse y el fiscal tiró del cubrecamas en un solo acto para tapar su desnudez. Lo segundo que pensó fue qué retorcida mente viviría allí. Con toda seguridad un chiflado exhibicionista.
Se le ocurrió que podría haber cosas peores y se levantó tirando de la cobija para taparse las humanidades. ¿Habría cámaras? ¿Sería objeto de observación de un afiebrado? Miró en el baño, en las esquinas del techo, en las lámparas de las mesas de luz y en la misma cabecera de la cama. Revisó el ropero. No había nada.
Se sentó en la cama para recuperarse de la excitación, envuelto aun en el cobertor. Entonces tuvo la segunda sorpresa agradable, que reparó prontamente el vértigo de sentirse observado: una bata blanca de seda. Estuvo un par de segundos mirándola desde la cama, todavía aferrado al cubrecamas que le servía de toga romana, y finalmente se decidió. Fue hasta el armario y dejó que los dedos recorrieran la tela suave. Le gustó la sensación. ¿Por qué no?
***
Para la tercera cerveza, algo mareado, Batman/Keaton ya había tenido la habitual cena de gala que adorna cada película del enmascarado y no quedaba una sola duda de las maldades de Shreck/Walken. De Vito confirmaba la buena elección de Burton para un Pingüino gris y voraz y Pfeiffer era la mejor gata de la historia.
Zapata se sentía a sus anchas. No le molestaba oirla traducida —“Ostias, Pingüino”, “¡Es Catgúman!”— y había cedido comprensiblemente a las maravillosas dualidades de Burton. “Batman vuelve” no le atraía por sus aparentes semejanzas —el fiscal era ciertamente gris como Cobblepot si bien carecía de las angurrias del húerfano marginal— sino por sus representaciones. Todo mundo allí era alguien más, la materialización de un otro reprimido.
Un poco entumecido por el sueño y el alcohol, se fue previsiblemente tras la erótica felina de Pfeiffer y decidió que ya tenía suficiente de oir la trama traducida, por lo que volvió al mute. La película, curiosamente, ganó en intensidad: la su funda corporal de cuero de la otra Selina Kyle se volvió omnipresente y Zapata ya no vio pingüinos ni murciélagos.
Fue por una Damm más y volvió a echarse en la cama dispuesto que que la modorra le gane la partida siguiendo las cadencias físicas de Pfeiffer.
De la gata rubia Pfeiffer.
La gata rubia de labios rojo fuego Pfeiffer.
La gata rubia de labios rojo fuego y cuero negro Pfeiffer.
Se acomodó en la cama y el espejo ya no le sorprendió en el techo. La bata se escurrió con lentitud de caracol y suave como una gata. Una lentitud Pfeiffer.

 
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